La máquina invisible

Abrió y cerró el puño derecho tres veces. Con el brazo estirado bajo la lámpara tibia, las líneas de sus venas se dibujaban claramente.
Sintió el latido, abriéndose paso debajo de la remera. El encargado de toda esa maquinaria estaba más despierto que nunca.
Cada bombeo era un instante más. Repercutía en su cuerpo, silencioso, y llevaba vida a través de aquel brazo, ese brazo que ahora observaba bajo la luz anaranjada.
En el silencio de la noche, en el silencio más absoluto, hasta lo más obvio podía advertirse.
Ella era eso, ese complejo de circuitos que se autoalimentaban. Ella también era eso aunque a veces lo olvidara.
¿Cuándo perdemos la noción de lo que somos?
¿Cuándo dejamos de advertirnos y sorprendernos?
¿Cuándo se vuelve obvio lo más elemental, lo que nos sostiene?
El aire estaba simplemente ahí para abastecerla, ingresando por sus fosas nasales a un ritmo muy lento y sutil.
Entreabrió la boca y lo dejó salir.
Levantó la vista hacia el techo, blanco, gris y negro.
Luego bajó la mirada para ir hacia el sur de su existencia. Los pies la esperaban allá, en el límite más extremo del espacio que ocupaba.
¿Cuándo empezamos a dar por sentado lo que somos?
¿Cuándo olvidamos la extrema verdad de cada centímetro que ocupamos?
El latido se volvió cada vez más imperceptible.
Poco a poco, aflojó las manos y las dejó ir, al azar, a los costados de su cuerpo.
Los ojos se entrecerraron y la habitación se volvió borrosa.
Y así Ella se entregó a las delicias del sueño, mientras su cuerpo, ese montón de engranajes, adoptó el modo de piloto automático.

4 comentarios:

Dos dijo...

Y dormir. Y despertarse. Y dormir. Y despertarse. Como escribir en el pizarrón miles de veces "esto es estar vivo".

La Maga dijo...

a veces pasa

Andrés dijo...

A cada instante nacemos y morimos. El piloto automático nos hace olvidar esa bitemporalidad.

Roky Rokoon dijo...

deja la bebida